¡Lo sé…! ¡Os he dejado abandonados unas semanas! Me ha pillado una temporadilla de mucho trabajo y ¡no sabéis lo interesante que se está poniendo todo! De lo del trabajo aquel, aún seguimos esperando, poniendo ladrillitos con mucha delicadeza y dejar secar el momento justo… ¡Ya vendrá post del aprendizaje que estoy adquiriendo estas últimas semanas! De mientras os traigo un nuevo relato.
¿Qué es lo que diferencia estos días tan ajetreados con aquellos en que la actividad era cuasi nula? ¿Cómo vivía antes las cosas con menor experiencia de vida?
Lo primero de todo, es que el tiempo se dilata de formas indefinibles. En unos días, te aborrece, te puede pasar tremendamente y angustiosamente despacio o quizás que se te escurre entre los dedos de tus manos. En los otros, el tiempo te parece un tesoro, ves que tu experiencia es tu guía y todo fluye según su apropiado ritmo.
Es precioso ver como se transforma la visión de tu mundo tras el hacerte consciente de ti mismo. En mi caso, y como en el que imagino de muchos, vamos haciendo a trancas y barrancas.
De como percibía antes las cosas, me quedan cada vez más vagos recuerdos que aparecen de vez en cuando, cuando algún estímulo me lleva a ellos. A mi pesar, no suelen ser mayoritariamente momentos esplendorosos, aun así están mis pinitos desde la inconsciencia y la inexperiencia. Mucho trauma acumulado, mucho expuesto, mucho aprendido.
Del momento que sí que desearía partir es de uno en el que gozaba de una básica autoconsciencia e interés por el autoconocimiento, en su defecto, carecía de mucha de la experiencia de la que dispongo ahora, tanto a nivel profesional, social, como personal.
Una de las cosas que destaco de aquella época es la de un dolor punzante y profundo. El despertar de la consciencia, una cosa que lleva, es la de afrontar tus propios conflictos y ahí es posible que termines de romperte. En estos momentos, tener alguien a tu lado que pueda ni siquiera acompañar-te, es de gran ayuda (aunque tengas que dejarte el sueldo en ello). Cada uno vive este proceso, llamémosle «de hacerse adulto» a su manera… afrontar tus dificultades y hacerles frente para salir de la situación en la que estás y transitar a otra con un mayor bienestar, estabilidad y tranquilidad.
Y es que a medida que te vuelves adulto, aquella energía incesante que tenías en la adolescencia poco a poco va desvaneciéndose y tendrás que plantearte de como hacer las cosas de forma más eficiente gracias a la experiencia que has ido adquiriendo.
En el paso de esta etapa se me juntó todo lo que venía de atrás con lo que venía delante, creando mesas de dos patas, hilos anclados en el pasado apestosos y mugrientos que no me dejaban avanzar, me asfixiaban y me jodían, actitudes y reacciones desesperantes. En fin… ¡BOOOM!
El dolor en algunos momentos era tan intenso que deseaba morir, es más, era un pensamiento recurrente que me rompía aún más la cabeza, pasó a ser muy punzante y me revolvía aún más de dolor. Me hacía entrar en lucha. Fui una cobarde y fui incapaz… quizás gracias a ello aún sigo aquí… por supuesto en otro plano muy distinto.
Encontré finalmente una salida que me permitía aliviar el dolor, el ¡BASTA YA! ¡NO QUIERO MAS ESTAR ASÍ!, me cansé, os lo juro, ¡quedé harta y exhausta!, la pregunta fue ¿Qué tengo que hacer? ¿Qué es lo que da sentido a mi vida? ¿De qué herramientas y apoyos dispongo? ¿Qué es lo que me gusta hacer y me hace sentir bien? ¿Cuál es mi propósito? Cuando no encuentras una salida por ningún lugar, la vida termina llevándote a otra para seguir avanzando y por el camino, adquiriendo experiencia y crecimiento. Debes estar muy atento de las necesidades, oportunidades, deseos y pensamientos que te llegan. En mi caso me llevó a centrarme completamente en mi trabajo, me abstraje totalmente, no pensar ni en el futuro ni en el pasado, buscar los espacios en los que me sentía protegida y a gusto, alejarme de aquellas personas y situaciones que me hacían sentir mal y tratar de aplicar la experiencia adquirida identificando en el presente errores del pasado, hacer las cosas a mi manera y de forma lo más consciente posible, hacer cursos para medir mis conocimientos, etc. Todo esto es lo que me salvó de mi misma.
Despacito fui retomando mi actividad y pedí ayuda cuando la necesité (a veces con más o menos fortuna). A la par, mi salud empezó a mejorar a un nivel en el que me daba cuenta de las mejoras continuas. La recuperación de la energía, los pequeños progresos continuados y los días cada vez más claros. Añádele un rezo tonto, diario y persistente, que aún uso, para subir la autoestima.
Aún con el dolor de aquella larga noche oscura del alma (¡putada necesaria para mejorar que da miedo y un respeto de la ostia!), traté de abrirme a mi entorno con más o menos gracia (más bien menos al principio…). También al entorno virtual, que aunque pueda parecer que te abstraes hacia dentro, yo lo vivo como otra dimensión fuera de mí que me permite llegar a muchas partes al mismo tiempo y expandir mi consciencia, además de desarrollar mi trabajo y jugar con mis maquinitas. De aquí extraigo que la experiencia la adquieres con la práctica.
Poco a poco fui recuperando mi actividad a medida de estar cada día más activa, como quien ejercita un músculo. En el libro «El drama del niño dotado» de Alice Miller había una entrevista a un escritor que había escrito muchos libros al que le preguntaban ¿De dónde saca la inspiración para escribir tanto? El escritor respondió: «De las doscientas primeras palabras». La actividad lleva a más actividad.
Manteniendo la mente ocupada con tareas y operaciones claras, concretas y sencillas, la cuidaba alejándola de mi misma; al principio rechistaba y ¡no veas qué gritos pegaba! (¡bendito y maldito estado de alarma!), cuando le di de comer (ponerse a programar y administrar sistemas, motivos y objetivos), empezó a funcionar según su función, resolviendo problemas, siendo útil y no jodiendo el resto del sistema…
Al darle una tarea tonta de ir resolviendo pequeños problemas de varias dificultades, iban apareciendo las pequeñas recompensas en forma de serotonina al terminar las tareas. Aprendí que si yo sola no podía hacer algo, que había alguien alrededor que podía descargarme de tareas que requerían demasiada energía (llámeselo, delegar y organizar tu tiempo). Al terminar las tareas sentía el avance y el propósito se definía en aquel preciso instante, delante de mí, no dentro de mi cabeza. La energía fue subiendo y cada día estaba más para afrontar nuevos retos. Algunos días la energía se agotaba y en otros se salía por las orejas (gestionar esto fue y sigue siendo un trabajazo).
En esta etapa es en la que se hizo realidad este blog, una buena excusa para fijarse un propósito, para tener algo que lo puedes hacer crecer, a regarlo como si fuese una planta, invitándote a buscar esta energía que está en tu interior y hacer algo para compartir.
Hay algunos días maravillosos en los que me viene a la cabeza «¡qué bien que me encuentro!, ¡Hacía muchos años que no me sentía tan a gusto como lo estoy ahora!, ¡me siento en mi lugar!, ¡siento que estoy cumpliendo mis objetivos!». En otros agradezco todo lo ocurrido en el pasado que me ha llevado en el punto en el que me encuentro. Con mucho agradecimiento a las personas que han pasado por mi vida y disfrutando de las presentes a cada instante, sintiendo que soy una pieza útil en esta compleja maquinaria. Días más rarunos siguen existiendo, es dejarlos pasar y ser consciente de que simplemente es el cansancio y debes darle de descanso a tu cuerpo, duerme y come bien, pasea, date un suspiro cuando lo necesites y disfruta tu día a día de la forma más humana posible.
Un viejo dicho dice «Si todos tus días son soleados, tu vida se convertirá en un desierto» y añado, «Si todos tus días son nubosos y lluviosos, tu vida se convertirá en un cenagal«.
Simplemente maravilloso!
Gracias
Felicidades por lo bien que lo vas resolviendo! La ultima frase, genial
Leyendo estos párrafos muestras con intensidad tus vivencias y tu sentir ante ellas, bravo por tí por ponerles palabras 😊❤️